Comentario
El panorama arquitectónico de época macedónica es muy distinto al del siglo de Justiniano. Poseemos un inventario de las realizaciones llevadas a cabo por Basilio I y, a diferencia de entonces, puede observarse cómo todos los esfuerzos constructores se limitan a Constantinopla. La biografía del emperador -La Vita Basilli- escrita por su nieto Constantino VII, tiene como tema principal la idea de restauración del pasado, la regeneración del Imperio por un gobernante perfecto.
El catálogo de sus obras relaciona veinticinco iglesias que él renovó en Constantinopla y seis de los suburbios. Entre ellas hay algunas de las más grandes y veneradas de la capital: Santa María de Calcoprateia, San Mocio, los Santos Apóstoles y Santa Sofía, esta última su trabajo más importante. Fue, sin duda, un gran esfuerzo que ha sido descrito de este modo: "En el tiempo que mediaba entre sus diversas empresas militares, que a menudo llevó a buen fin para la seguridad de sus súbditos, a modo de presidente de competiciones atléticas, él, Basilio el emperador amante de Dios, con inquietud constante y abundante suministro de todo lo necesario, levantó de la ruina muchas santas iglesias que habían sido partidas en dos por anteriores temblores de tierra o se habían venido abajo totalmente, o amenazaban colapso inmediato por sus numerosas fracturas; y a la solidez añadió (nueva) belleza".
Tras su restauración, los mosaicos de Santa Sofía fueron inaugurados con una homilía pronunciada en el ambón de la gran iglesia el Sábado Santo, 29 de marzo del año 867.
Una investigación reciente ha revelado que la Virgen con el Niño Jesús del ábside y el arcángel Gabriel, así como un fragmento del arcángel Miguel, son, sin duda, obras originales del siglo IX. Allí se conservan unas cuantas letras de inscripción -el conjunto se transmitió a una colección de epigramas del siglo X- que reza como sigue: "Las imágenes que los impostores -los iconoclastas- habían suprimido, los piadosos emperadores -Miguel III y Basilio I- han erigido de nuevo".
Aquí apuntan ya algunos de los principios que iban a regir en la decoración de las iglesias de los siglos venideros. El problema de la creación de un ciclo para Santa Sofía era que las superficies de las curvas de las bóvedas se encontraban tan altas que únicamente figuras extraordinariamente grandes podían resultar visibles para los fieles desde el suelo. Sin embargo, ninguno de los espacios disponibles podía albergar figuras lo suficientemente grandes.
La imagen más grande de las conservadas, la Virgen del ábside, resulta diminuta vista desde el suelo. Lo que hizo, pues, fue ignorar los problemas visuales y disponer las figuras de acuerdo con principios teológicos. Por eso, la representación de Jesucristo fue destinada a la cúpula -la forma exacta se desconoce, puesto que el mosaico tuvo que ser reemplazado después de 1346- y en los inmensos tímpanos se alojaron tres series de figuras, en orden y tamaño descendente: desde los Angeles, pasando por los Profetas, hasta catorce Padres de la Iglesia. En las bóvedas de las galerías, las escenas bíblicas trataban de mostrar aquellos momentos en los que el hombre ha experimentado la visión de Dios.
En el nártex, otro mosaico acoge a los que se aprestan a introducirse en la Iglesia. Corona la puerta principal llamada imperial y presenta a un emperador arrodillado delante de Cristo, que reina en presencia de dos medallones simétricos que contienen a una mujer cubierta con un velo y un ángel. El emplazamiento de este mosaico le confiere una importancia particular. Está encima de la entrada de la Gran Iglesia, dedicada a Santa Sofía, es decir, a Cristo en tanto que Divina Sabiduría; nada más oportuno que la presencia de un emperador a los pies de Cristo en el primer santuario del Imperio.
Este basileus es León VI y en sus sermones y, sobre todo, en su homilía de la Anunciación podemos encontrar todos los elementos que explican el mosaico en el sentido adecuado, y también la elección por él de esta iconografía: Cristo reinante acompañado de la Virgen y el arcángel Gabriel evocando la Anunciación. Este mosaico expresa plásticamente, una vez más, la vertebración del Imperio Bizantino, gobernado por Cristo y administrado por el Emperador.